La historia, ocurrida
en la frontera pirenaica en 1943 en plena Guerra Mundial y cuyo protagonista
es el alteano Miguel Giner, tiene los ingredientes de un guión cinematográfico,
de una de esas historias calladas de riesgo, humanidad y grandeza de espíritu.
En el pequeño puesto
fronterizo de Les en los primeros meses de 1943, en plena posguerra española y
con la presión de la locura nazi en su máxima expresión, el responsable de la
Aduana era Miguel Giner Giner. Un grupo de judíos formado por niños
y mujeres junto a unos hombres que decían ser polacos, en un gran estado de
excitación, intentan pasar la frontera huyendo del terror y cumpliendo órdenes
no se les permite el paso. El responsable y su mujer –pues la aduana era el
mismo domicilio conyugal- tras el altercado quedan desolados ante los gritos de
socorro de estas personas al subir a un camión de alemán que los devuelve a
Francia, una escena que no se les borraría de por vida. Unos días más tarde el
alteano conoce de boca de un oficial alemán responsable de la frontera de Bagneres de Luchón la suerte de los desgraciados: “esos judíos que llegaron
aquí y los que capturamos en las montañas se los entrego a los SS y la Gestapo,
ellos los matan”. Estas palabra confirmaron
las peores sospechas de Miguel Giner y fue plenamente consciente del horror, del
destino de aquellas personas rechazadas en la frontera. Tras ello no solo
cuestionó la moralidad de las órdenes recibidas, se dispuso a ayudar de manera
callada a los cada vez más numerosos grupos de fugitivos de la barbarie que
conseguían llegar por las montañas, labor que realizó apoyándose y facilitando la
complicidad de ciudadanos anónimos del pueblo y con la callada colaboración de
Dolores Llopis Benimeli, su mujer.
La
historia se desveló no hace mucho tiempo tras una llamada telefónica de Vicente
Giner, el hijo del matrimonio -un niño en aquella época- a un periodista de investigación, a Eduardo Martín de Pozuelo, quien reconstruyó la historia y la publicó en varios capítulos en “Magazine”, en “La Vanguardia” y en
otros periódicos, a resultas de dar luz sobre unos hechos que íntimamente guardó Vicente durante
setenta años y de los que quiso informar para dar a
conocer las acciones de personas anónimas y callados funcionarios españoles
ante el holocausto nazi. Historia que se ha dado a conocer fuera de nuestras fronteras a través de la gestión de su sobrino, mi primo Félix Aynat, quien ha sabido atender la voluntad de la familia con el ansia de conocimiento de periodistas, investigadores, instituciones, etc.
La historia, por su
humanidad, por su riesgo y valentía, merece ser conocida y honrar a sus
actores; por ello queremos acercarnos a Miguel y Dolores, el matrimonio alteano
protagonista de esta heroicidad. Miguel Giner nace en Altea sobre 1900 y queda
huérfano de padre a los 12 años. Catalina Giner, su madre, vuelve al seno
familiar, a la casa nº 2 de la calle muchos años llamada del Alferez Beneyto,
hoy costera de Moncau, donde vivieron junto a los hermanos José, Vicente y
Salvador Agulló Zaragozí. Se trata del edificio que siempre conocimos en Altea
como “el Casino”, aquel precioso Casino de Peparra con amplia terraza soportada
por columnas de fundición sobre la plaza del Convento y cuyo salón debió por
entonces guardar los encendidos ecos de los discursos liberales: los del diplomático,
vividor y revolucionario alteano Miguel Jorro, o las diatribas de los
seguidores del partido radical de Vicente Beneyto, allá por los finales del
siglo XIX.
Miguel Giner,
nuestro protagonista nace con el siglo y a sus 25 años aprueba las oposiciones
al Cuerpo Pericial de Aduanas, ocupando precisamente la plaza de la Aduana de
Altea. Se casa con Dolores en 1928, de
cuya unión nacen Vicente (1930) e Isabel (1931). Al estallar la Guerra Civil lo
trasladan a Barcelona, donde marcha el matrimonio dejando a sus hijos al cuidado
de la familia en Altea. Al finalizar la guerra un nuevo traslado al Valle de
Arán, al puesto fronterizo de Les, reúne a la familia, primero va con sus padres Isabel y
más tarde se une a ellos el hijo mayor, Vicente.
Precisamente es en Les donde ocurren los hechos a los que nos referimos y
que se inician a finales de Junio o principios de Julio de 1943, un puesto de
frontera de clima de montaña donde la dura posguerra trascurre sin excesivas
privaciones, las normales de un pueblo -en aquél tiempo- aislado por la nieve
del resto del país unos ocho meses. Tras el primer grupo llegaron otros muchos
que encontraron la comprensión de la aduana y de los guardias que “evitaban”
ver a los cada vez más numerosos grupos de fugitivos y a los vecinos que les
ayudaban, para así conseguir su objetivo: pasar la frontera y salvarse de una
muerte segura; todo ello hasta que cambiaron las ordenes de Madrid y se
permeabilizo el paso de estos fugitivos. Entre los primeros grupos llegaron Inge
Berlín, a sus 19 años, o la joven madre Esther Guita, con su hija Françoise
Bielinsky, que pasaron la montaña por Les huyendo desde Paris tras dejar en un
campo de concentración al padre de la criatura. Estos hechos han sido
estudiados y verificados por instituciones como la Fundación Internacional Raoul Wallenberg que trabajan sobre la Memoria
Histórica del Holocausto. Los beneficiados por aquellos hechos son multitud,
diseminados por las Américas, por Israel, por todo el mundo, personas
agradecidas a un ángel discreto, callado, anónimo, que falleció en 1969 en
Alicante, su posterior residencia, y que nunca habló de aquellos horribles
recuerdos de 1943, ni de su posterior actividad que tanto le honra. Su persona
y su actitud nos muestran un perfil humano y una condición moral singulares,
pero gracias a Dios repetidas en un grupo de conciudadanos que supieron
reaccionar en esos momentos de horror y miseria humana. Sea pues valorada la
acción de Miguel y de Dolores, y apreciada en todo lo que se merece en su
querida Altea a través de la información que nos suministra Felix Aynat.
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